Estas niñas han tenido que soportar el horror de ver cómo sus propias familias las entregan a hombres mucho mayores que ellas, todo para obtener algún bien a cambio de su unión.
Con toda la fuerza que ostenta en un puño al aire, África debería luchar y rugir fuerte para proteger a sus niñas. Es necesario que cada rincón del mundo comprenda que, antes que cualquier religión, la vida de sus practicantes debe ser respetada y preservada. Al final, de no ser así, ¿cuántas religiones no desaparecerían a falta de seguidores? Los dioses morirían desnutridos y los cientos de paraísos quedarían reducidos a deprimentes desiertos sin esperanza, justo como esos en los que muchas chicas africanas esperan a que el destino dictado por sus padres y abuelos las alcance para presentarlas frente al hombre con el que han de pasar el resto de sus días.
«Era joven y no sabía cómo ser una esposa. Estaba embarazada, tenía que cuidar de mi esposo, hacer las tareas del hogar, tratar con la familia política y trabajar en la granja», dice Elina, de 19 años, que se casó con un hombre de 24 cuando ella tenía 15.
Así como Elina, miles de niñas en la región de Bor, Sudán, esperan en medio de manadas de ganado a su futuro marido; cual si fueran parte de esa manada, las chicas son cambiadas por una dote que puede ir desde más ganado, dinero o cualquier otro bien que pueda beneficiar a sus padres en un futuro cercano. Es un hecho que los matrimonios arreglados siguen siendo un hecho en todas partes del mundo; incluso en México hay familias que aún prefieren un par de vacas antes que ver unida a su familia. Sin embargo, al ser menores de edad de quienes estamos hablando, la ONU ha visto la intervención como un asunto de alta urgencia.
Comprometiendo a sus hijas a una edad tan temprana, los padres mismos les están negando un buen número de sus derechos humanos fundamentales. En primer lugar, la educación que tendrán que abandonar para cuidar a sus familias, los riesgos a su salud por embarazos prematuros, sumando a problemas de violencia se-xual y doméstica de los cuales los maridos son los únicos responsables.
«Mi padre no quería pagar mis aranceles escolares. A veces no teníamos comida en casa. Este hombre fue con mis tíos y pagó una dote de 80 vacas. Resistí el matrimonio. Me amenazaron y dijeron: “Si quieres que tus hermanos sean atendidos, te casarás con este hombre’. Dije que es demasiado viejo para mí. Respondieron: ‘Te casarás con este viejo, te guste o no, porque nos ha dado algo de comer”».
—Aguet, que se casó los 15 años con un hombre de 75 años
La pobreza es uno de los factores determinantes en esta situación. Al igual que muchas instituciones no gubernamentales, la ONU muestra una verdadera preocupación ante el crecimiento de estas prácticas. Sin embargo, incluso ellos saben que terminar de tajo con estas prácticas en un asunto prácticamente imposible, ya que antes de poder realizar siquiera el primer movimiento, antes tendrían que terminar con las olas de pobreza en todo el continente. De no ser así, nos enfrentaríamos con una situación similar a la caza de niños albinos de Togo, donde son perseguidos para ser despojados de sus extremidades que serán vendidas en el mercado negro por grandes sumas de dinero.
Gracias a la apertura de pensamiento de la que podemos presumir, podemos decir casi con certeza que hacerle frente a estas prácticas será demasiado sencillo, no obstante, cuando algo tan fuerte como la economía está detrás de un problema tan grave, es imposible no sentir que tenemos las manos atadas ante una injusticia como esta. Una de —lamentablemente— la que sólo la África misma podrá salvarse por sí misma.
Fuente: Cultura Colectiva.