En estas fechas, junto al gran deseo de los cristianos, de amar a Aquel niño que nace, surge incluso en quienes no son creyentes, un deseo de ser solidarios y de hacer felices a los demás. Se vive la fiesta del amor, que quiere manifestarse de muchas maneras: cenas y campañas navideñas, intercambios de regalos, juegos como el amigo secreto, etc.
Pero ¿es la alegría de la Navidad pasajera, momentánea, sólo para vivirla durante estas fechas? Para algunos es así. Es decir, hay quienes en estas fechas están de mejor humor, más alegres, y con ganas de compartir esta alegría; pero no necesariamente son conscientes del motivo profundo del ambiente de alegría que se vive en estos días.
1. ¿Qué es la alegría?
La Alegría es sinónimo de dicha y júbilo. Surge en nuestro interior, motivada por acontecimientos presentes o por la relación con otros[1]. Suele manifestarse con signos exteriores: palabras, gestos o actos; y quiere a compartirse y a ser vivida con otros.
Todos queremos y buscamos estar alegres. Sin embargo, podemos constatar, que las alegrías humanas, siendo buenas, son transitorias e imperfectas, y por sí solas no llenan el anhelo de alegría eterna que tenemos en el corazón. En ocasiones, en la búsqueda de esta alegría verdadera y definitiva, erramos el camino y nos lanzamos tras experiencias falaces —sucedáneos de la verdad, de lo bueno, de lo bello—, cayendo en el engaño de buscar la alegría en el poder, el tener y el placer.
San Pablo nos recuerda el camino para alcanzar la alegría que llena totalmente el corazón: «Estad alegres en el Señor»[2] y esto lo vemos hecho vida en María:
«Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador» Lucas 1,46-47.
¡Dios que es amor llena de alegría el corazón de Santa María! Sólo Él es la fuente que puede llenar nuestros corazones de esa alegría verdadera y definitiva. Dios que es uno y trino, que vive en comunión de amor, en alegría desbordante y gozo pleno, ha querido al crearnos, comunicarnos su amor y con él la alegría de su corazón.
«…porque ha mirado la humildad de su sierva» Lucas 1,48.
Además, María se alegra y goza porque Dios la eligió como madre de su Hijo. Dios, conociéndola la amó y le mostró el sentido de su vida. Lo mismo hace con nosotros: Dios conociéndonos nos ama y nos da una misión concreta —como padres, hijos, hermanos, estudiantes, profesionales, amigos, en una obra apostólica concreta etc.—[3].
«La alegría más auténtica está en la relación con Él, encontrado, seguido, conocido y amado gracias a una continua tensión de la mente y el corazón»[4].
En la amistad con el Señor encontramos mucha alegría, paz profunda, serenidad y el sentido de nuestras vidas. En el silencio de la oración hacemos crecer esta amistad. En ella podemos dejarnos amar por Él y escucharlo para crecer en el amor.
La alegría del que ama como Jesús no es ingenua, no escapa de la realidad para vivir en una burbuja donde todo es perfecto, no niega el dolor ni el pecado que experimentamos en nuestra vida y en la de los que nos rodean. Esta alegría se sostiene al unirnos al amor de Jesús en la Cruz, que es la expresión máxima del amor[5].
Nuestra alegría está vinculada a amar como Jesús nos amó.
La alegría se alimenta de la esperanza en las promesas de vida eterna, así como de la confianza en el amor providente del Padre que nos cuida y nos fortalece para enfrentar las dificultades.
Esta alegría verdadera es fruto del Espíritu[6], un regalo gratuito de Dios que recibimos y que estamos llamados a cuidar y desplegar. Por eso debemos pedirle que nos comunique su alegría, para acogerla y vivirla con intensidad.
«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Evangelii Gaudium, n.
2. La alegría de la Navidad
«La Alegría de la Navidad es una alegría serena, tranquila, una alegría que acompaña siempre al cristiano. Incluso en los momentos difíciles, de dificultad, esta alegría se convierte en paz»[7].
La Navidad nos llena de alegría por muchos motivos, veremos algunos. En Navidad, Dios nos muestra quiénes somos con una ternura infinita. ¡Él se hace un pequeño niño indefenso! ¿Qué puede haber más tierno y frágil que un niño? Pues, ¡Dios se hace frágil y necesitado!; necesitado de cuidados, de amor, de enseñanzas y de solidaridad.
En la encarnación, Dios se hace hombre y nos muestra así la grandeza de lo que significa ser hombre, incluso en la fragilidad humana. Una de las enseñanzas que nos da el Señor con esto, es el no temer a nuestra fragilidad, pues, Él nos cuida. Nos enseña a confiar en Él y —algo muy bello— nos enseña a dejarnos cuidar, como Él, por la doncella de Nazaret.
A través de este niño, nuestro Padre también nos muestra su corazón: bueno, noble, puro, sencillo y solidario. ¡Y con esto nos sigue enseñando a confiar en el gran amor que nos tiene! En un mundo autosuficiente, que busca seguridades de todo tipo, Él nos muestra cómo vivir en medio de las dificultades, dolores, fragilidades: confiar en sus caminos, aunque no los entendamos, porque Él nos ama y está siempre con nosotros cuidándonos y dándonos su gracia.
«Reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo». Evangelii Gaudium, n. 6.
Entonces al contemplar en Navidad al niño Jesús y ver el gran amor de Dios hacia nosotros ¡cómo no llenarnos de una alegría verdadera!, no como la del mundo que muchas veces pone su fundamento en realidades inconsistentes.
«En esto se manifestó el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» 1 Juan 4,9.
De aquí nace el motivo profundo de la alegría cristiana; una alegría que se vuelve villancicos, luces y regalos. ¡Una alegría que expresa un gran agradecimiento para con Dios por tanto amor!
Por esto la alegría de la Navidad no es pasajera, sino que es una alegría que, si bien se vive con mucha intensidad en este tiempo, sostiene nuestra vida en todo momento, pues proviene del amor de Dios, que no acaba nunca.
Para comprender mejor la alegría de la Navidad, miremos el corazón de María, ella fue la primera en experimentar esta alegría. El fruto de la donación de sí misma a Dios está en ese pequeño niño, que es el Hijo de Dios. Con ella aprendemos que quien participa de la alegría que procede de Dios, nada ni nadie se la podrá arrebatar jamás[8].
3. Apóstoles de la Alegría de la Navidad
«No teman, pues les anuncio una gran alegría» Lucas 2,10.
Con estas palabras el ángel anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús. Él les está anunciando la experiencia de profundo gozo que trae el Señor Jesús a nuestras vidas. Anunciemos a todos esta gran alegría: ¡Navidad es Jesús!
«Al ver la estrella, se llenaron de alegría. Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron». Mateo2,10-11.
La estrella anunció a los Reyes Magos que habían llegado al lugar donde encontrarían al niño Jesús y la alegría llenó sus corazones. El anuncio de Jesús trae una alegría muy grande para quien lo recibe. ¿Podemos privar a los demás de recibir este gozo? Como María presentemos a Jesús a los demás.
«En ese Niño nacido en Belén, Dios se ha acercado al hombre: nosotros lo podemos encontrar ahora, en un “hoy” que no tiene ocaso»[9].
Anunciemos el amor del Padre y la alegría de encontrarse con Jesús en todo momento. Salgamos de nuestra comodidad y lleguemos a todas las periferias existenciales como nos invita el Papa Francisco[10]. Recordemos que una forma particular y fundamental de apostolado es vivir el amor, la amistad y el servicio con aquellos más desfavorecidos y olvidados por el mundo. Ellos deben estar en el centro del amor de la Iglesia, pues están en el centro del amor de Jesús.
CITAS BÍBLICAS
- «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva.». Lc 1,46-48.
- «Alegraos, justos, y gozad con el Señor, aclamadlo, los de corazón sincero». Sal 31.
- «Saltad de júbilo, aunque de momento tengáis que sufrir un poco en diversas pruebas… A él no lo habéis visto, y lo amáis; en él creéis ahora, aunque no lo veis; y os regocijaréis con un gozo inefable y radiante, al recibir el fruto de vuestra fe, la salud de vuestras almas». 1Pe 1,6-9.
TEXTOS SOBRE LA ALEGRÍA
«Quien quiere gozarse en sí mismo y de sí mismo estará triste siempre; en cambio, quien quiere gozarse en Dios y de Dios, estará alegre eternamente, porque Dios es eterno. ¿Quieres que tu gozo sea eterno? Hazte por la unión uno con el que es eterno» (San Agustín, Tract. Ev. S. Juan XIV, 2).
«El motivo de tu tristeza es el pecado, sea el motivo de tu alegría la santidad» (San Agustín, Explic. sobre el sal. 42, 3, v. 2).
«Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos (…) Alégrese, pues el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida» (San León Magno, Sermón I en la Natividad del Señor 1-3).
[1] S.S. Pablo VI: «Sería también necesario un esfuerzo paciente para aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador pone en nuestro camino: la alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio. El cristiano podrá purificarlas, completarlas, sublimarlas: no puede despreciarlas. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías naturales». Gaudete in Domino, n. 12.
[2] Filipenses 3,1.
[3] S.S. Pablo VI: «La alegría nace siempre de una visión cierta acerca del hombre y de Dios… la vocación a la felicidad pasa siempre por los senderos del conocimiento y del amor, de la contemplación y de la acción». Gaudete in Domino, n. 73
[4] Benedicto XVI, Angelus, Domingo 15 de enero de 2006.
[5] Ver Dives un Misericorde, 8.
[6] Gálatas 5,22-23.
[7] Homilía del Papa Francisco en el Tercer Domingo de Adviento el 14 diciembre de 2014.
[8] Juan 16,22.
[9] Benedicto XVI, Audiencia General, miércoles 21 de diciembre de 2011.
[10] Ver Evangelii Gaudium, n. 20.